Por Jhonatan Pérez
El mes de abril del año 2002 estuvo colmado de héroes anónimos donde se destacan como protagonistas de aquella historia el pueblo y la Fuerza Armada, luchando unidos por una misma causa: reponer en su cargo al Presidente de la República, depuesto por algunas horas por la oposición golpista.
También están los héroes que participaron directamente en la restitución del hilo constitucional venezolano. Uno de ellos fue el cabo de la Guardia Nacional Juan Rodríguez, aquel efectivo militar que cumplió su promesa de hacerle saber al pueblo venezolano, en aquellas horas de incertidumbre y desinformación, que el presidente Chávez no había renunciado a su cargo, como lo dieron a entender algunos los medios de comunicación e, inclusive, el mismo general de tres soles Lucas Rincón Romero, entonces ministro de la Defensa. He aquí la historia.
La paradoja.
El 11 de abril de 2002 el cabo Rodríguez no estaba al tanto de los sucesos que estaban aconteciendo en la nación. Mucho menos le pasó por la mente que él, un cabo de la GN sería una pieza fundamental en el regreso del presidente Chávez, depuesto tras un golpe de Estado.
El cabo asegura que desconocía lo que estaba pasando en la nación, aunque, paradójicamente, se encontraba en esos momentos en las instalaciones de Fuerte Tiuna, en el Instituto de Previsión Social de las Fuerzas Armadas. “Era supervisor de las casas de recreación que se encuentran en las playas de Venezuela y estaba allí realizando algunas diligencias relacionadas con esos complejos recreacionales”, comenta.
Cuenta que el 12 de abril como a las 11 de la mañana se dirigió a su casa en los valles del Tuy. Luego como a las 12 del mediodía se fue a su lugar de trabajo en la base naval de Turismo, ya que allí se encuentran 18 casas recreacionales y la custodia de esas viviendas dependía de él. En vista de que en el transcurso de la tarde no llegaba nadie a las casas, el cabo Rodríguez presintió que algo extraño estaba pasando. Y más raro le pareció cuando a las 11 de la noche escuchó que en la base naval aterrizaron dos helicópteros. “Eso me puso a pensar más, ya que en 10 meses que tenía trabajando en la base, nunca había aterrizado ningún helicóptero y mucho menos en horas de la noche”, comenta.
Algo olía mal
El 13 de abril, a las 6:30 de la mañana, Rodríguez abordó la camioneta que tenía asignada y colocó en la cabina cinco bombonas de gas que pertenecían a las casas del conjunto recreacional y se fue a la base naval de Turiamo -lo de las bombonas de gas era la excusa para averiguar lo que estaba pasando-. Cuenta que cuando llegó al lugar vio a un grupo comando conformado por unos 100 efectivos, portando pasamontañas y fuertemente armados con fusiles de alta potencia. “Me pararon y me ordenaron a punta de fusil que me dirigiera al comando, ya que estaba dada la orden de que había un acuartelamiento tipo “A” (medida que se toma cuando se está en emergencia y se restringe la salida a todos los funcionarios de los cuarteles). Yo les digo que me dejen trasladarme entonces a mi destacamento más cercano. Y les expliqué que soy de la GN y ellos de la Naval, por lo que no me correspondía estar allí. Pero no me dejaron salir y me obligaron a cumplir la orden de dirigirme al comando”, recuerda. Se dirigió, tal como le habían ordenado, al comando y se presentó al jefe de los servicios, capitán de navío Padrón Sancovi. Pero de nada le sirvió porque éste también lo ignoró. No obstante, Rodríguez se encontró con uno de sus amigos, el maestre Ramiro Herrera. Se le acercó justo en el momento cuando estaba preparando un café. Y esto fue lo que conversaron:
Cabo Rodríguez: Mi maestre, ¿por qué no me dejan salir de la base? ¿Por qué me ignoran?
Maestre Herrera: Rodríguez, quédese tranquilo. No le dejan salir porque aquí tienen al ciudadano Presidente de la República preso.
Cabo Rodríguez: ¿No será mentira? ¿O es una broma suya?
Maestre Herrera: Es verdad Rodríguez. Yo estoy encargado de prepararle el café y la comida al Presidente. Es más, está en aquel cuartito del fondo.
Cuando el maestre Herrera entró a llevarle el café al Presidente -narra el cabo-, salió de la habitación un grupo de uniformados, mientras que afuera se quedaron custodiando la entrada unos 15 efectivos. En un descuido de los custodios, Rodríguez entró al cuarto donde estaba el Presidente y se encerró con él. “Entré como si nada, como uno más de ellos. No sé… Como cosas de Dios no me dijeron nada, ni me preguntaron nada”, dice.“Ahí estaba el Presidente sentado en la mesa con los puños sobre el escritorio. Vestía un mono, una franela blanca y unos zapatos deportivos que le había prestado uno de los compañeros. En la habitación también había una maleta vacía. Y las únicas pertenencias que tenía el Presidente eran un libro del Libertador Simón Bolívar y una Constitución. No tenía más nada”, recuerda el cabo.
-Lo saludé como tiene que ser: me le paré firme, y le dije: “Mi comandante”.
Chávez: ¡Hijo! -suspira y se levanta- Cierto que usted es de la Guardia Nacional.
Rodríguez: Cierto, mi comandante (…) Pero primero que nada permítame hacerle una pregunta: ¿es cierto que usted renunció?
Chávez: No, hijo, no he renunciado, ni renunciaré nunca. Lo más probable es que me desaparezcan o me fusilen porque me tienen incomunicado.
Rodríguez: Mi comandante, si no ha renunciado, entonces usted sigue siendo mi Presidente. Y me paré firme y volví a saludarlo.
Fue cuando me abrazó y yo le dije: Mi comandante, confíe en mí. Se lo juro por mis hijos y por mi familia que lo voy a ayudar. Yo sé que la cosa está un poco difícil allá afuera, pero si quiere puede escribirme algo y lo mete dentro de la papelera, allí, la que tiene debajo del escritorio. “Yo le di la idea de que escribiera una carta en uno de esos papeles que le pusieron ahí para que él mismo redactara su renuncia y colocara que no había renunciado. A lo que me dijo: ‘Esto lo tiene que saber el pueblo y mi familia también. Yo no he renunciado, ni renunciaré a mi cargo”, aseguró el cabo. “Hizo la carta y le dije: "Voy a salir un rato y regreso por la carta. Recuerde que tengo que ponerme a favor de ellos para que no sospechen nada". Salí de la habitación y les dije a los custodios: ‘Bien hecho… ahora sí se acabó todo esto’”.
-Al cabo de unos minutos volví a entrar con los militares a la habitación donde tenían al Presidente. Estos lo presionaban y le decían: “Mi comandante, estamos cumpliendo órdenes. Firme la renuncia. Hágalo por su salud, por su vida. A lo que el Presidente respondía apretando los puños: “Hijo no voy a renunciar, ni renunciaré”.
Ronda de rumores
Rodríguez salió y esperó a que trasladaran al Presidente, pues los rumores tenían rato rondando por los pasillos y todos decían que el depuesto mandatario sería mudado a la montaña de San Miguel. Otros decían que sería llevado para La Orchila. Pero en lo que coincidían todos los militares que estaban ahí era en que tenían que sacarlo rápido de ese lugar. Tenían que desaparecerlo ante la posibilidad de un rescate.
-Una vez que lo sacaron para que abordara el helicóptero -prosigue el cabo Rodríguez-aproveché y entré en el cuarto. Saqué la carta, me dirigí a la camioneta y arranqué para la primera alcabala, pues tenía una misión y un juramento que cumplir. Cuando llegué apliqué la estrategia de las bombonas y les dije a los funcionarios que allí estaban que iba a cumplir una orden del comandante de la base. El soldado apostado en la alcabala se confió y no llamó al comandante. Entonces Rodríguez aprovechó y salió con rumbo a Maracay, a la Brigada de los Paracaidistas, la cual era comandada por el coronel Martínez Hidalgo. Algo le decía al cabo que en esa brigada estaban con el Presidente.
-Cuando me presento en la prevención (alcabala), allí se encontraba un teniente y le dije: “Mi teniente, necesito comunicarme con el comandante del batallón. Es privado y urgente”.
Me comunicó con él y le dije: “Mi comandante, estoy cumpliendo una misión del ciudadano Presidente que está preso en Turiamo”. De inmediato me mandó a buscar y al reunirme con él le mostré la carta y le dije: “Mi Presidente me dijo que esto lo tenía que saber el pueblo y su familia”. A lo que el coronel Hidalgo respondió: “Vamos con el general Baduel, porque él le está hablando al pueblo. Está en la tarima”.
Entonces el cabo Rodríguez le dijo al coronel que le llevara la copia de la carta al general Baduel, pues el original él tenía que entregárselo al Presidente algún día. “Y así fue. Le llevaron la copia, él la vio y de inmediato me mandó a llamar para que le mostrara la original y le echara el cuento de cómo conseguí la carta”. Del resto el general Baduel se encargó. Lo anunció por todos lados. Y eso que todos los medios de comunicación estaban en contra. “No se cómo lo hizo, pero la carta llegó a todos lados y el pueblo se enteró a través de esa carta de que el Presidente no había renunciado. Se cumplió la misión. El pueblo y su familia se enteraron de que el Presidente no había renunciado a su cargo, como muchos quisieron decir”.
Finalmente Rodríguez cuenta que se reunió con el Presidente cuando llegó a Miraflores y asegura haber intentado regresarle la carta, pero “al verme, me abrazó y le dije, ‘Presidente, aquí está la carta original. Se la entrego’. A lo que me respondió: ‘Es suya. Guárdela como un recuerdo para la historia”.
EL PAÍS
TESTIMONIO Cabo primero Juan Rodríguez.
Presidente, escriba que no renunció
LUZ MELY REYES
El cabo primero (GN) Juan Bautista Rodríguez Pimentel fue la persona que llevó al batallón de paracaidistas, en Maracay, la nota escrita por el mandatario en la que reiteraba no haber renunciado.
Para aquel momento cumplía funciones de supervisión de las casas ubicadas en la base de Turiamo, estado Aragua.
Le llamó la atención que las casas estuvieran desocupadas cuando lo usual, los fines de semana, es lo contrario.
“Esa noche (el viernes 12) como a las once llegó un helicóptero, lo cual me extrañó. El sábado en la mañana se me ocurrió meter unas bombonas en la camioneta que tenía asignada para dirigirme al puesto de comando a ver qué era lo que ocurría. En vista de que no me dejaron salir traté de comunicarme con el jefe de la base. Al no atenderme me sentí un poco angustiado... me comuniqué con el compañero maestre de la Armada Luis Herrera.
Allí es cuando me informan lo que está sucediendo... Busqué la manera de comunicarme con él (Chávez) en privado. Esperé que salieran los compañeros y en un descuido me encerré con él. Me le presento y allí es cuando procedo a preguntarle que si había renunciado, a lo que respondió que jamás había renunciado ni renunciaría...
Le tenían una presión sicológica, le decían que firmara y que renunciara... me le pongo a la orden para lo que fuera.. le dije que buscara un papel y lápiz y lo escribiera...que lo metiera en la papelera.
Pensé que si la dejaba encima del escritorio o en la gaveta podían revisarlo... después procedí a sacar el papel, aproveché el descuido de ellos, cambié la camioneta y me dirigí con las bombonas de gas, dándoles a entender a los que estaban en la puerta principal de seguridad que iba a salir a comprar gas cumpliendo instrucciones del ciudadano capitán jefe de la base, ya que para ese momento no había gas. Gracias a Dios y a la Virgen de Coromoto que por lo menos él no logró comunicarse (con el jefe de la base)... De allí me fui a Maracay, comunicándome con el teniente coronel ejército Martín Hidalgo, comandante del Batallón Nicolas Briceño...”. La carta llegó a Baduel y de allí la operación de rescate.
El cabo, luego de su relato, nos dijo que está pidiendo una audiencia privada al Presidente para informarle, “desde el final de la cadena de mando”, asuntos que debería saber.
23 de Abril del 2004